jueves, 20 de mayo de 2010

High Violet


Te subes en el taxi. Casi no has abierto la boca para indicar la dirección y ya está el taxista, como primer gesto para agradarte o impresionarte, quién lo sabe, lanzándose furibundo contra la vorágine del mundo que, de pronto, porque lo han decidido él y su acelerador, es tu enemigo.
Algo ha visto en ti que le hace sentir “este hombre tiene una prisa del carajo; menos mal que ha topado conmigo”.

Y tú, que en realidad no tienes prisa alguna, te dejas llevar. Literalmente.

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